Había seis personas jóvenes de entre diez y nueve y veinte y
tres años en el living comedor del viejo chalet. Tres eran mujeres y tres
varones, cuatro estaban sentados platicando, Marcos de pié, apoyado contra la
pared junto a la gigantesca pecera. Antonio, también de pie al lado de la mesa,
armaba un sol de noche en su garrafa de gas de cinco kilogramos. Cuando la
quiso probar prendió con un fósforo la mecha interna del vaso, a la vez que
abría el paso del gas. Sin duda estaba mal armada, una llamarada de ochenta centímetros de altura se alzó
apuntando hacia el cielosrrasos. En menos de cinco segundos, cinco de los
ocupantes abandonaron el lugar. Marcos impávido, avanzó cuatro pasos hasta la mesa, cerró
la llave de paso de la garrafa terminando con el fuego. (Como si fuera el
mechero de una cocina.) Todos pensaron que iba a haber una explosión, él no se inmutó, sabía que la
presión del gas era hacia el exterior, que nunca retrocedería la llama al interior para explotar. Los demás volvieron aliviados,
luego del susto que se comieron. Entre risas nerviosas, decidieron que era
mejor que la lámpara la arme otro día… ¡¡alguien que sepa!!
-Es natural el deseo de huir ante el peligro que genera el fuego más un riesgo de explosión, las personas que permanecen más calmadas en esas situaciones tienen tiempo de pensar en una solución.Este fue el caso de Marcos.
Tengo unas limitaciones para escribir y visitar por eso escribo pequeñeces a veces. Te saludo si pasas por aquí.
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