No se conocían personalmente, tan solo tenían referencias mutuas, habiendo leído algo de sus autorías. Por esas cosas, él se enteró que estaba en Buenos Aires, se le ocurrió llamarla e invitarla para encontrarse en un barcito de la Avenida de Mayo. La respuesta de ella luego de las presentaciones fue afirmativa, no sabía porqué no le sorprendió. Esa misma tarde, a la hora establecida, aguardaba sentado en una mesita sobre la acera, la vio llegar, el viento suave y cálido alborotaba sus cabellos. Se puso de pié, acercándose a ella, que lo miraba con atención. Extendió su mano, Hola – Soy Pablo, gracias por venir. ¿Cómo estás? Bien – repuso mientras estrechaba su mano. Se miraron a los ojos, con esa mirada que llega al alma del otro, sus labios dibujaron una sonrisa, que luego se trasladó a sus ojos. Quedaron en esa posición como detenidos en el tiempo, la gente circulaba de prisa a su alrededor. De golpe soltaron sus manos como si despertaran de un sueño – Disculpa esto no es normal en mí, pero tengo ganas de abrazarte, ¿Puedo? A mí me ocurre algo parecido, por supuesto que si. Luego de un abrazo corto, tomados de la mano, se trasladaron a la mesa que él ocupaba, siguieron horas de diálogos con risas y silencios, algo importante estaba por suceder entre esas dos almas que finalmente se habían encontrado